Corren
malos tiempos para casi todo. El mundo pasa por una etapa crítica de
desaparición de los valores humanos más elementales. La cultura del
“todo vale” se ha instalado y la globalización que parecía iba
a solventarlo todo no parece sino haber creado más problemas. La
solidaridad y fraternidad humanas brillan por su ausencia. Con este
retrato solo cabe pensar que la literatura sea ese refugio idóneo
para el hombre. En cualquiera de sus géneros la literatura viene a
ser entonces un oasis en pleno desierto, un haz de luz ante tanta
oscuridad y ultraje. La palabra como único don capaz de conquistar
sueños, de abrir ventanas y respirar vida. Y ocurre que ante la
realidad, cruda realidad que nos ha tocado vivir, uno busca esa
fórmula personal que te haga sentirte libre y medianamente feliz.
Para ello acudo indistintamente a la narrativa o la poesía española,
andaluza o allende los mares. Leer, así, se convierte en una
imperiosa necesidad, alimento primero, como si del pan de cada día
se tratara. Por todo lo dicho, la lectura que en esta ocasión
recomiendo es, en oposición a la que ocupó este mismo espacio la
semana pasada, una novela de tema y autor andaluz: “El tesoro de
Juan Morales”, de Antonio Hernández (Arcos, Cádiz, 1943), que
obtuvo el I Premio Internacional de Novela “Ciudad de Torremolinos”
y editada por Carpe Noctem. Tal vez esto podría llevar a plantearnos
la existencia o no de una narrativa netamente andaluza. En este
sentido, el profesor y novelista José María Vaz de Soto, en un
artículo titulado “Sobre la nueva narrativa andaluza”,
escribe:«No existe ni ha existido nunca, a mi juicio, una novela
andaluza como corriente o escuela literaria ni con una tradición o
unas constantes determinadas», no obstante, añade: «Sí existen,
en cambio, novelistas andaluces de mérito que han escrito y escriben
novelas en Andalucía, a las que podemos llamar novelas andaluzas sin
necesidad alguna de buscar en ellas rasgos costumbristas o
diferenciales en relación con las novelas que puedan escribirse en
el resto de España e Hispanoamérica. Aquí tenemos que poner el
acento: en que se pueda ser escritor en Andalucía». Un matiz
importante el que plantea Vaz de Soto: “en Andalucía”. Pero como
la industria editorial andaluza no ha despegado aún, los autores
andaluces, como es el caso de Antonio Hernández se ven obligados a
publicar fuera de su comunidad de origen. Con independencia de esta
circunstancia adversa para la narrativa andaluza, lo que sí importa
es que existen narradores andaluces de prestigio, como es el caso de
Antonio Hernández. En honor a la verdad hay que decir que a Antonio
Hernández se le conoce más por su faceta de poeta que de novelista,
y es por ello que traemos hoy a nuestro particular “Salón de
Lectura”, una obra narrativa como es “El tesoro de Juan Morales”,
tal vez silenciada sin motivos que lo justifiquen. Desde el inicio de
la novela Hernández nos adelanta las claves que la sustentan, así
en el capítulo 1 pone en boca del narrador: «El día en que Mina me
miró con el afecto que no da sitio al deseo, comprendí que amor y
dinero no siempre pactan, y que cuando éste llueve, el desdichado no
dispone de saco para recogerlo. Me lo había advertido mi abuelo,
hombre de refranes y de briega con la vida, sentando que el amor es
caprichoso como la lluvia, y que, como la lluvia, puede acabar con la
siembra más floreciente».
La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.
La construcción de los personajes es otra de los aciertos de Hernández, la descripción de cada uno de ellos no deja lugar a dudas. Cuando lo hace del protagonista Juan Morales escribe: «…Juan Morales mira desde su ojo funeral a un muchacho de unos quinces años (…) el panamá enjaretado como una corona de paja en la cabeza, a la cortinilla de gasa sucia prendida de una ceja con pelos de jabalí ocultando elojo huero, a las uñas roídas por los dientes negros de caries o al pantalón doblado y recogido en uno de sus perniles por un alfiler que le evita mirar horrorizado el muñón de la pierna derecha», la de Don Fernando: «un vasco alto y delgado, taciturno, siempre vestido de negro…» o la don Ronaldo Palomino, teniente de la Guardia Civil: «…era de un carácter más que fuerte, soberbio y violento, el que unido a su impunidad campaba a sus anchas de maltrato y arbitrariedades. Dueño y señor del pueblo, ejercía su tiranía de la forma más cruel…», y otros como el abuelo, la tía Jacinta; así como sus nombres: Yonohesío, Pedroencuero (“porque nació más pobre que las ratas y poco a poco se fue haciendo un capitalito con el trabajo más viejo del mundo”), el tabernero Cañorroto (“por cortar el cañito del barril antes de la cuenta”) o “el Mecano”, dueño de la plaza de toros (“por la variedad de tablas e hierros dispersos que luego encajaban prodigiosamente, constituyen el núcleo narrativo, la esencialidad discursiva que crece a medida que avanza la narración. Otro de los recursos empleados por Hernández, y que tiene que ver mucho con su sentir cervantino, es tanto el divertimento, el humor vertido en sus páginas, como la cantidad de refranes utilizados. Con esta novela Antonio Hernández homenajea también a otra obra inmortal “La isla del tesoro”, de Stevenson, que dejaría una gran huella en él. El manejo de los distintos personajes, del tiempo narrativo y el espacio, hacen de Antonio Hernández un escritor de valía y destacado mantenedor de la gran tradición literaria española. Sin lugar a duda alguna, Antonio Hernández nos lega una obra narrativa sólida y coherente, digna de ser leída y admirada.
Título:
El tesoro de Juan Morales
Autor:
Antonio Hernández
Editorial:Carpe
Noctem (Madrid, 2016)