No
sé si a ustedes, amigos lectores, les pasará lo mismo que a mí,
pero no hay día sin sobresalto, sin que me asalte el temor ni me
sacuda la angustia o la impotencia al escuchar la radio o leer los
periódicos. Y no voy a hablar del pasado para no despertar
suspicacias, para no entrar en ese ñoño argumento de “la
herencia” que tanto gusta a nuestra casta política. Lo cierto es
que este sistema de organización social hace aguas por todas partes.
Lo que está claro –permitanme la contundencia-, le pese a quien le
pese, es que hemos retrocedido política, social, económica y
culturalmente a la prehistoria, y que esta involución no es sino
consecuencia de un cúmulo de pérfidas enfermedades: abuso de poder,
corrupción, injusticia…, pero sobre todo una en la que se han
instalado los gobiernos, sea del color que sean, la impunidad. Nadie
es responsable de nada, es más, se actúa con premeditación,
alevosía y nocturnidad, ajenos a la luz, de espaldas a los
ciudadanos, ¡qué digo!, contra los ciudadanos que, desasistidos, en
la más absoluta pobreza física e intelectual, se abisman en la
desesperanza y el dolor. Lo cierto es –insisto- que este sistema
político nos aboca cada día a la desesperación, al miedo y a la
insolidaridad. El ser humano no cuenta, solo es un número con el que
se puede jugar a capricho, nadie vale nada. Es la estrategia de la
mentira por encima de todo, de la velada opresión a la que nos
someten cada día, casi sin darnos cuenta, progresivamente, poco a
poco pero sin pausa, la adormidera va causando su efecto, privándonos
de la voluntad y los derechos.
Realmente, amigos lectores, las cosas
que suceden hoy en España, en nuestro país, este por el que muchos
dieron su propia vida, no ha cambiado mucho de aquel que encarceló
las ideas y el pensamiento. Ciertamente hoy estamos sometidos por una
dictablanda –otro neologismo-, pero muy pronto dictadura que
ejercerá sobre nosotros todo su poder para anularnos, cuando no
esclavizarnos. Pensemos en todo lo que está sucediendo delante de
nuestros ojos y que no es nada comparado con la sutil maniobra de
privarnos de lo más importante para el ser humano: la libertad. Las
coincidencias son alarmantes y otro gallego parece llevarnos a un
callejón sin salida. Nos queda poco tiempo, o, lo que es lo mismo,
el tiempo apremia y no podemos quedar cruzados de brazos mientras nos
saquean la propia vida. Lo más grave, si me apuran, no son los
recortes económicos iniciados, sino la abolición definitiva de las
ideas y el pensamiento. Y esto, amigos lectores, responde a lo que
vengo a denominar, sin ningún tipo de duda, la dictademocracia.