Sorprendentemente
no aparecía en la fotografía de la portada del periódico. Tal vez
se tratara de brujería o de espejismos, pero no estaba allí, donde
le correspondía, en la primera página del diario, con su
declaración rimbombante y demagógica a pie de foto. Nadie sabe de
él, nadie lo ha visto, se ha vuelto invisible. En su lugar, la
segundona, impertérrita y sonriente. Ella, la sustituta, sabe bien
de qué va esta historia.
Ha tenido tiempo
suficiente para imitar al jefe supremo. Tomó buena nota en su
ascendente periplo hacia el poder, y sabe bien echar balones fuera,
pero sobre todo, culpar a los demás. No hay estrategia política más
productiva y beneficiosa que aquella que imputa o carga las tintas
sobre la inoperancia o culpabilidad de los otros. La verdad –su
verdad-, entonces, surge como un rayo y llega a los lectores en
palabras grandilocuentes, llamativas, soporíferas y teatralizadas,
como quien ha ensayado delante del espejo horas y horas (el alcalde,
aún sigue invisible). La segundona y sustituta ha cambiado ese
rostro frío e hierático que le caracteriza por otro más alegre y
sonriente, como corresponde a quien se autocomplace de su poder y su
gloria (el alcalde la observa desde su invisibilidad, y calla). La
pose está estudiada, y así se muestra, ajena al resto del mundo,
como si solo existiera ella (el alcalde sigue invisible) y su halo de
autosuficiencia, pero aunque no sea visible (ella no, el alcalde)
siente que está a su lado, murmurador y camuflado en su disfraz de
invisible, y por ello, ella sonríe, con forzado gesto, pero sonríe.
En pocos minutos,
casi en un abrir y cerrar de ojos, la segundona y sustituta abre la
caja de los dislates y vocea las excelencias de unos y las
perversidades de los otros; no deja títere con cabeza mientras sigue
sonriendo (impostora sonrisa) y apurando los últimos segundos en el
estertor de la maledicencia, al fin y al cabo, ella es ahora la voz y
el rostro del alcalde (invisible aún), quien sostiene en su mano
temblorosa el bastón de mando (el alcalde, invisible, gesticula
contrariado). La segundona se crece en su discurso y habla de
promesas incumplidas -el alcalde, invisible, casi se desmaya-, de los
otros –añade- (el alcalde recompone su invisibilidad) y culmina su
narcisista y extenso soliloquio o soflama con una nueva digresión.
Mientras tanto, y a pesar de todo, el alcalde, invisible.
ESTACIÓN SUR, DIARIO DE ALMERÍA._José Antonio Santano
ESTACIÓN SUR, DIARIO DE ALMERÍA._José Antonio Santano